Y un día, los
gobiernos decidieron considerar a las personas prioritarias. Y así decidieron
encaminar sus políticas globales a favorecer a los seres humanos
principalmente.
Tras largas
discusiones internacionales comenzaron por cambiar los planes de educación para
reorientarlos hacia el crecimiento personal de los alumnos, fomentando su
creatividad, sus preferencias y sus habilidades. Pensaron que así obtendrían
generaciones futuras mejor preparadas para afrontar los vaivenes de la vida.
Después adoptaron
medidas para garantizar la buena salud de todas las poblaciones del mundo,
multiplicando por infinito los presupuestos destinados a los sistemas
nacionales de salud y focalizando los esfuerzos a sacar del hambre a un vasto
sector de la humanidad.
A causa del incremento
de las necesidades alimenticias, implementaron con fuerza políticas ecológicas
globales para la protección del medio ambiente y para frenar el cambio climático. Invirtieron una parte enorme de presupuesto
en la investigación de energías renovables y limpias hasta obtener el elixir de
la vida.
Y entonces ocurrió
algo asombroso. Se dieron cuenta que no podrían desarrollar ninguno de los programas
previstos sin paz en la tierra. Y
prohibieron la guerra entre los estados estableciendo durísimas directrices
contra la fabricación de armas y contra los delitos violentos perpetrados en
nombre de los gobiernos, cualesquiera que fueran sus colores.
Y a los tres meses se quedaron
sin dinero para seguir implementando sus programas políticos.
Y los mafiosos sacaron
su dinero suizo y compraron sus almas hasta el fin de sus días.
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