Hoy al levantarme hacía
viento. Casi no se puede salir afuera, la arena se levanta y golpea los ojos,
como si los quemara. Todos se cubren con sus ropas para protegerse, pero con mi
ropa no puedo, es demasiado pequeña. No llega para a cubrirme la cara porque he
crecido mucho, ya tengo 14 años. Creo que esta ropa era de mi hermana mayor,
aunque no estoy segura. No sabemos nada de ella, salió una tarde a trabajar y
ya no volvió. Fue el día del bombardeo que alcanzó la casa. La esperamos casi
una semana, pero vivir allí se hizo tan peligroso que mi padre decidió que nos
fuéramos. Al principio no iba a venir, se quedaría para buscarla, pero cuando
bombardearon el hospital donde trabajaba supo que no había solución, y nos
fuimos todos.
Antes no necesitábamos protegernos
de la arena. Antes no vivíamos en el desierto, donde no hay nada. Mi padre es
médico, pero no quiso marcharse de éste, su país. Creímos que no sería tan
grave, que la guerra no llegaría a la ciudad, que todo mejoraría…
Si yo fuera libre me marcharía,
a algún lugar lejos de este desierto insoportable. Aquí no tengo móvil, ni
amigas, ni escuela, apenas cuatro cosas que llegan en camiones. Pero no pasamos
hambre, porque mi padre es médico, y eso es muy importante aquí. Todos le
respetan y trabaja para la oenegé que atiende el campamento.
He pensado en ser enfermera,
quizá podría empezar aquí en el campo, con los refugiados, al menos tendría
algo qué hacer todos los días. O escribir un blog, eso sí que me gustaría
mucho, si tan sólo tuviera conmigo un móvil conectado, contaría al mundo lo que
me pasa aquí. Ellos lo tienen. Los de la oenegé.
El mundo no es justo.
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