dilluns, 28 d’abril del 2014

Planeta multicolor

Abrió los ojos y todo le pareció muy confuso. No veía con claridad y se mareaba un poco. Tardó unos minutos larguísimos en recordar algo que le dejó suspendido en el abismo: un joven negro cruzaba justo por delante de su coche nuevo en el preciso instante que hundía el pié para provocar el acelerón brusco, buscando notoriedad callejera. Por un instante no supo identificar el motivo de su angustia y dudó si sufría por el destino de aquel desgraciado o si le atormentaba no encontrar en su memoria la intención de haber frenado. En seguida se dio cuenta de que lo único que le importaba en relación al atropello era las consecuencias penales que podría acarrearle.


No era más que otro inmigrante, se dijo. Y sintió el resentimiento crecer a su alrededor, por los tres años en la lista del paro y la maldita crisis. Y por el tío extranjero campando tan pancho delante de él.... joder! Que puto país de mierda!



Inclinó la cabeza a su derecha y vio un montón de tubos y cables conectados a su cuerpo, pero no sintió dolor. Un líquido caía gota a gota por un tubito desde una bolsa colgada por encima de su cabeza. No sentía nada salvo rabia y odio por aquel cabronazo que se había cruzado en su camino. Se tensó lo suficiente como para notar unos puntos de sutura tirando en su brazo; una cicatriz larga cruzaba por encima de su esvástica, antes tatuada en el antebrazo, ahora ya sólo una línea difusa y ensangrentada.


Cuando intentaba incorporarse entró la enfermera.
- Ya te has despertado? Como te sientes? - preguntó afable. 
- De puta madre, no te jode! - Soltó el, desagradable. Pero ella no se inmutó y siguió: 
- Has tenido suerte, sabes? Perdiste mucha sangre, hubo que hacerte una transfusión de varias bolsas, qué suerte tener a Emmanuel y su familia, porque teníamos muy poca. Mira cómo son las cosas, tiene tu mismo grupo sanguíneo, con lo raro que es...



No sabía quién coño era Emmanuel, quizás algún enfermero, o un médico suplente, o... la idea que le cruzó por la cabeza le dio náuseas y su cara tornó en un blanco pálido. Se miró el brazo dónde todavía había algunos restos de sangre roja, y miró a la enfermera, y otra vez al brazo, y otra vez buscó los ojos sonrientes de ella.



Ella había intuido la pregunta incluso antes que él. En realidad, no pudo evitar ser un puntito cruel y forzarla con su explicación. Era su pequeña venganza personal, aquella que guardaba clavada en su abdomen desde que se casó 20 años atrás con Mammadou, al que quería con locura.



Magullado y débil, miró asustado lo que quedaba de su tatuaje. Por sus venas corría sangre de un rojizo multicolor.




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