Érase una
vez un magnífico reino formado por vastos territorios de gran
belleza; un antiguo imperio de enormes riquezas y voluntades férreas,
forjado a base de lejanas y valiosas conquistas.
Un rey
benévolo y longevo gobernaba este paraíso, cruce de culturas
encontradas.
Era este reino un hervidero de viajeros y comerciantes de todas las razas y colores, que transitaban antiguas rutas comerciales: caminos que unían el norte y el sur por tierra firme, y occidente con oriente, por mar. Un enredo de religiones y lenguas desconocidas levantaban templos a su paso, soliviantando las creencias establecidas.
Era este reino un hervidero de viajeros y comerciantes de todas las razas y colores, que transitaban antiguas rutas comerciales: caminos que unían el norte y el sur por tierra firme, y occidente con oriente, por mar. Un enredo de religiones y lenguas desconocidas levantaban templos a su paso, soliviantando las creencias establecidas.
Un día el
respetado rey se sintió cansado por el enorme esfuerzo pasado y
presente, y se sintió incapaz de soportar tanta responsabilidad,
herido por la falta de cariño y agradecimiento de sus súbditos.
Antaño la plebe fue su mayor apoyo, pero en los últimos años se
mostraba inquieta y revuelta. La pobreza había entrado implacable en
sus modestas casas tras unas malas cosechas (y algunos nobles
abusos). El atribulado monarca no sólo era incapaz de ofrecer la
hospitalidad debida a los extranjeros, sino que ni siquera podía
conceder las gracias habituales a los ciudadanos de su país,
campesinos y otros elementos de poca monta, a quienes solía
socorrer.
Ante la falta de
colaboración de la corte no le quedó más salida que abdicar en
favor de su hijo, un joven príncipe valiente mucho mas educado,
entrenado en las mejores universidades extranjeras, culto y refinado.
La coronación se hizo con la pompa y el lujo acorde a su clase y
elegancia y las calles se engalanaron con banderolas rojas y
amarillas salpicadas por alguna gota ligeramente violácea.
A partir de aquel día el
viejo monarca disfrutó de un retiro tranquilo y próspero, y el
joven y apuesto rey sobradamente preparado hizo de su vasto y bello
reino un nuevo paraíso renovado y eficiente.
Y colorín colorado, el
cuento del viejo rey se ha terminado.
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